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martes, 28 de septiembre de 2010

EL PUEBLO ENTERO DESPIDIÓ A VÍCTIMAS DE LA TRAGEDIA VIAL

Nadie encuentra explicación y mucho menos consuelo para lo ocurrido.

Una y mil veces, la historia y el destino, juntos o por separado, se ensañaron con este pueblo varias veces al borde de desaparecer después del esplendor de la época forestal. Pero ahora, en una especie de sino trágico recurrente ambos parecen haber concurrido al unísono para subsumir a Villa Guillermina en la mayor de las tristezas de su historia.
Destino maldito, refinada desgracia imposible de soportar, o quizás la suerte echada que en su devenir existencial, se dice, padecen inexorablemente los humildes, los inocentes, los desprotegidos. Todo semeja haberse conjugado en el instante fatídico en que perdieron la vida las 14 víctimas, alumnos, padres y colaboradores del ballet de danzas Retoños de mi pueblo.
En la nave central de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, dispuestos en una suerte de un círculo incompleto, los féretros de nueve de los inocentes malogrados fueron velados en medio de una generalizada congoja que alcanzó a los pueblos vecinos.
En medio de hondas muestras de dolor, una incesante y compungida procesión de familias, amigos, allegados, conocidos, recorrió también los velatorios domiciliarios de las restantes cinco víctimas.
Una idea cabal de la significancia que este fatalismo - revestido con un insoslayable halo de negligencia - para la sociedad guillerminense lo aportó la necesidad de inhumar en etapas los restos mortuorios.
Puntualmente, a las 18 de ayer, un cielo profundamente nublado junto al infatigable viento norte y las primeras sombras de la tarde vieron partir camino al cementerio comunal los primeros ataúdes- los que albergaban a la familia Maidana - que al igual que los demás que se encolumnaron en la mañana de hoy, llevaban consigo la carga pesada y eterna de un interrogante sin responder: “Por qué”.
Responso
Antes, el párroco local Carlos Silvestri, ofreció responso final en el que recordó que “Dios nos da la fuerza para soportar estos momentos en la fe que recibimos al ser bautizados”. Flanqueado por otros curas de la diócesis de Reconquista que acudieron en su sostén, el religioso reflexionó que “las lágrimas que el Señor pone en nuestros ojos hoy, son para limpiarlos y ver más claramente el mañana”.
Una vez que bendijo con un ramo de olivo embebido en agua sagrada cada uno de los cajones, dio por finalizada su intervención. Conmovido por las pérdidas, conciente de la responsabilidad de conducir espiritualmente a una comunidad atravesada por el dolor
El cortejo partió y la gente lo escoltó de a pie. Así recorrió el escaso kilómetro hasta el cementerio. Doblada por la angustia, María Eva Morales, la profesora y mentora del grupo de danzas, se aferraba al panteón y gritaba que no se quería ir, que quería quedarse allí. Sostenida por tres amigas y solo porque sus fuerzas ya la abandonaban pudo ser convencida de retirarse. Sus chicos habían rendido con éxito la semana pasada el examen tomado por colegas de una academia de Resistencia a la que estaban ligados

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